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A partir de allí pero sí con franqueza crítica, me impuse el desafío personal y de alguna manera institucional, de intentar llevar al papel algunas convicciones, asumiendo y esperando ser, renunciando a la pluma fácil, el disparador del tan ansiado debate que puede o debería, eventualmente generarse a partir del siguiente interrogante. La pregunta es la siguiente: ¿Porque motivos, luego de tanta tinta sabia y experimentada que ha corrido por medios específicos y masivos de difusión, de un largo trajinar por jornadas, congresos coloquios, etc., por casi todo el territorio de nuestro país, lo que no excluye trabajos de campo, hoy por hoy, podemos asegurar que el avance logrado es realmente escaso en lo que hace a la toma de conciencia e implementación de los programas de gestión de riesgos y seguridad del paciente? Reiterando que más que recorrer el camino de la ambición utópica, nadie puede en libertad privarnos de creer que podemos colaborar en echar un poco de luz para intentar arribar a un acertado diagnóstico y a partir del mismo, realizar propuestas concretas lejanas a la verdad universal. Por ello planteo una situación poco motivadora, atento los índices medibles y de progreso en el logro de los objetivos perseguidos, en un marco de escasísima y no casual ausencia de información. Sin duda alguna, en el camino de la concientización, formación, educación, convicción y luego gestión concreta aparecen muchos profesionales, algunos de los que hace más de quince años bregan por tratar de arribar a puertos aparentemente, visión realista y no pesimista, cada vez más lejanos o diluidos de la luz de los faros de la claridad conceptual, léase ventajas y beneficios de la adopción de políticas de gerenciamiento público e institucional. Ninguna certidumbre tenemos sobre la asunción de la realidad de la problemática, notándose una indiferencia o consideración del abordaje como un gasto y no una importante y beneficiosa e integral inversión, es el quid de la cuestión. Así las cosas, es altamente probable que algunos pretendan alegar que la cosmovisión de nuestro país también alcanza la problemática planteada y que, por lo tanto, el desinterés por los valores educativos y culturales justifiquen navegar en un mar de mediocridad o que en aras de la aceptación de la puja de intereses mercantiles la situación ni siquiera merezca intentar ser modificada. Así podemos recorrer una larga serie de explicaciones integrales que tanto pueden ser patrimonio del sector salud así como de muchos otros que como acompasada orquesta, sigan el ritmo de la imperfección derivada de la falta de gestión o del seguimiento de protocolos elementales que hacen a toda actividad de los servicios. Por ello si nos ponemos de acuerdo en cuanto a que se ha trabajado muchísimo desde los intentos de concientización y que de ello poco se ha logrado, el lector estará en línea con el objeto de este aporte, caso contrario, bienvenida la reacción ante una opinión diferente pues estaríamos desanestesiando y generando opiniones siempre válidas aún siendo diferentes. Tomándonos la licencia de recordar los objetivos ellos son, fundamental y prioritariamente: mejorar, priorizar y dar su verdadero lugar a la calidad asistencial. Al referirnos a la íntima y necesaria relación entre el respeto por los estándares de calidad prestacional y su correlato natural con la prevención del riesgo, de las acciones legales y la seguridad del paciente, no estamos precisamente diciendo que ello es obligación exclusiva del administrador o prestador privado. En muchas ocasiones hemos escuchado referirse a sabios sanitaristas sobre la articulación de los subsectores estatales y privados, aspecto para nada desdeñable, pero la otra pregunta es ¿aparejado a la compatibilidad y complementariedad no aparece como imprescindible que, probablemente por orígenes diferentes, la calidad es una mera expresión de deseos, que debe llevarse a la realidad con programas serios, con clara determinación del qué y el cómo y su monitoreo, sustentable en el tiempo y ajeno a los cambios de conducciones? La calidad y la gestión del riesgo además de formar parte de las también declamadas políticas de Estado, deben ser palpables para el prestador y para el paciente prioritariamente, responsabilidad primaria del administrador estatal y privado, pues caso contrario, las palabras efectistas recorren la autovía y la realidad debe superar obstáculos que no coinciden con la promesa incumplida. Porque no nos “permitimos” la libertad de decir que es innegable, por ejemplo, que hospitales o sanatorios, otrora escuela de galenos, hoy no necesitan del prequirúrgico pues el paciente que llega al décimo piso por ausencia de ascensores está habilitado para entrar inmediatamente al quirófano. O que la demanda contenida compromete a los profesionales más allá de sus elementales juramentos hipocráticos. O que se necesita la renuncia a la gimnasia del pensamiento único que generan los versus y que la ética y calidad pueden convertirse en sinónimos de inclusión e inclusive de mayor rentabilidad. Se impone la aceptación del sistema por las máximas autoridades responsables, inclusive de las fuentes pagadoras, que en muchos de los casos son el objetivo apetecible del requirente. Se torna imprescindible echar mano a las reales y creativas formas de incentivo posibles, identificando y capacitando a los facilitadores, dentro de programas con metas medibles, con la definitiva instalación de los talleres y comités, con monitoreo permanente. Para ello hay que desmitificar la concepción del ocultamiento del error en aras de la no punibilidad, aprendiendo de los mismos -única forma conocida de evitar su reiteración- anticiparse a los mismos e introducir las mejoras necesarias. Así a mi entender el debate-desafío está abierto aunque sí cabe tener muy en claro que se necesita concientización, convicción y gestión controlada sin perjuicio de un mercado asegurador serio y solvente, que acompañe reduciendo a la mínima expresión la existencia de ineficiencias como los fenómenos de antiselección y riesgo moral (ver Fernando Mariona, en Mercado Asegurador, junio 2008, pág.38). En síntesis se impone la calidad asistencial que es aquélla en que el paciente es diagnosticado y tratado correctamente, de acuerdo a los conocimientos actuales de la ciencia médica, sus factores biológicos-culturales-sociales, con el costo mínimo de recursos, la exposición mínima al riesgo posible de un daño adicional y la máxima satisfacción para el paciente. Por último, esto no se logra sino es gestionando diariamente y para lo cual, sin excusa ni dilación alguna, hay que destinar los recursos humanos y materiales necesarios, los que con certeza producirán en el mediano plazo los retornos motivantes para saber que se está en el camino acertado. Todo pasa por decidirse a trabajar y si quieren, previamente a opinar. |
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