EL DERECHO SOBRE LA RP MÉDICA
Breves reflexiones sobre la situación actual del ejercicio profesional de
la medicina y su incidencia en los
juicios de responsabilidad civil. Julio -
Agosto 2011
Por Dr. Federico Tallone. Abogado. Titular del Estudio Tallone y Asoc.
A
modo de introducción debemos señalar algunos cambios que se vienen
suscitando en los últimos tiempos en la comunidad y en los sistemas de
salud, y que repercuten en el ejercicio de la actividad de los
profesionales médicos, como ser el incremento de la esperanza de vida,
el despunte cultural de la sociedad con ciudadanos que quieren y tienen
derecho a ser informados, el avance científico con sus repercusiones a
nivel tecnológico, la judicialización de la medicina que no es un
fenómeno privativo de nuestro país sino que es un fenómeno mundial, la
influencia de los medios de comunicación, el acceso inmediato y
universal a la información y al conocimiento, etc.
Todos estos cambios se traducen en una serie de consecuencias dentro del
sector de la salud, dando lugar a un aumento de la complejidad
asistencial, un incremento de la incertidumbre de la práctica clínica,
una super especialización de los profesionales sanitarios con una falta
de visión global del paciente, la aparición de asociaciones de usuarios,
el incremento de los conflictos de intereses, la disponibilidad de una
mayor oferta de posibilidades de prestaciones sanitarias y un riesgo de
indiferencia respecto a las consecuencias de este entorno cambiante.
Estos nuevos cambios de actuación no se vislumbran ni plantean de un día
para otro, sino que se van elaborando poco a poco y día a día, y hoy
observamos hechos que ocupan y preocupan en la relación médico-paciente
como ser la masificación de la asistencia, el escaso tiempo que los
profesionales dedican a la consulta médica, los avances científicos que
dan lugar a creencias de que existe posibilidad de curar casi todo, a lo
que colaboran los medios de comunicación, el propio corporativismo
profesional que tiende a ocultar el error médico. En fin, todas estas
causas, se traducen de alguna manera en un incremento cada vez más
fuerte de las acciones por responsabilidad médica.
La experiencia profesional me indica que estas situaciones generan un
incremento de quejas y reclamaciones de los pacientes cuyos motivos más
frecuentes tienen que ver con problemas relacionados con su diagnóstico
y tratamiento a los que se une, en el caso de internaciones, las altas
médicas anticipadas, percibiendo la sensación de que no progresan en su
proceso asistencial, así como resultados adversos o inesperados en su
proceso de atención sanitaria donde los enfermos cuestionan la
competencia de los profesionales, para dar un ejemplo.
También los aspectos relacionados con la falta de respeto de la
intimidad y/o confidencialidad del paciente, los problemas de relación
profesional médico-paciente y de falta de cortesía, llegando en
ocasiones a situaciones de mal trato, son algunos de los motivos de
quejas más importantes y numerosos que plantean los pacientes y que
muchas veces se trasladan al ámbito judicial.
Es muy importante tanto para los financiadores como los prestadores del
sistema de salud detectar estas situaciones en las que no existe una
atención adecuada con el paciente por el medio que fuera (a través de
las denuncias, reclamaciones, sugerencias, encuestas y cualquier medida
que nos pueda alertar). Ello obligará a tomar medidas a los responsables
sanitarios y a meditar sobre su accionar, pues hay que ser conscientes
de que un número de ellas pueden progresar hasta obtener una
contestación que le satisfaga o incluso hasta una demanda, ya que existe
un pequeño porcentaje de pacientes afectados que nunca demandan, así
como un alto porcentaje de reclamaciones que no suponen mala praxis.
Demás está decir que esto último se da en la mayoría de los casos, en
que el profesional y/o la institución médica y/o empresa de medicina
privada u obra social, debe llevar adelante todo un proceso judicial
desgastante.
También debemos reconocer que la realidad nos enseña que en materia de
mala praxis médica existen no sólo pacientes que demandan en ausencia de
negligencia, sino también pacientes que no demandan a pesar de haber
sido dañados por negligencia. Sin olvidarnos que, en algunas ocasiones,
la justicia encausa al profesional equivocado; no encausa al negligente;
y falla a la hora de asegurar una adecuada compensación a los pacientes
dañados.
Es necesario reflexionar entonces sobre todos los incidentes o
acontecimientos adversos que puedan estar relacionados con la atención
médica, ya que tienen un impacto muy importante tanto en los pacientes
como en los profesionales de la salud. De acuerdo a mi experiencia como
abogado asesor de entidades aseguradoras que cubren el riesgo de
responsabilidad profesional, y de algunas instituciones del sector salud
a las que me ha tocado asesorar, he notado que entre los médicos,
después de ocurrir algún incidente adverso, no es normal escuchar
expresiones de autoinculpación y pesar, sino por el contrario, más bien
intentan negar el problema. La perspectiva en los pacientes y sus
familiares es diferente pero pueden sentirse traumatizados no solo por
los hechos originales que han motivado esas incidentes adversos, sino en
muchas ocasiones por cómo se han gestionado con posterioridad, en cuanto
a información y atención posterior; ya que el paciente ha sido dañado
sin intención por aquellos en los que había depositado una gran
confianza. Esto es algo a tener muy en cuenta. Es importante, cualquiera
haya sido el error y/o el accionar médico generador de eventuales daños,
sentarse con el paciente y los familiares y enfrentar el problema,
brindándoles a ellos todas las explicaciones del caso, de por qué se
llegó al resultado no esperado. Seguramente ello le implicará al
profesional evitarse algún reclamo civil o penal en el futuro.
Es por ello entonces que estas situaciones que llevan aparejados
problemas donde se han producido acontecimientos adversos generan un
incremento de demandas que dan lugar a la práctica de una medicina
defensiva, que normalmente se traduce en insatisfacción del paciente o
familiares con la asistencia recibida, así como en un incremento de
costos, asociado a gastos intangibles de “no calidad” con pérdida de
producción y productividad del profesional, que puede llevar a
situaciones de estrés, estados de ansiedad y depresión de los
profesionales sanitarios. El ejemplo más claro lo tenemos en Estados
Unidos donde el 40% de los médicos que soportaron alguna demanda se
radicaron en otros países, cambiaron de especialidad, o hasta llegaron a
acogerse a la jubilación anticipada.
Considerando todo esto que venimos analizando, vemos cómo se traslada
continuamente desde los operadores jurídicos a los profesionales médicos
las cuestiones relativas a cuáles han de ser los patrones de
comportamiento que en su actividad cotidiana han de adoptar, para
eliminar o, cuando menos, minimizar los riesgos que derivan del
ejercicio profesional y, preferiblemente para reducir o suprimir las
reclamaciones que el usuario del servicio de salud plantea.
La respuesta, por más que se reflexione sobre ella, no existe. No existe
en cuanto patrón de comportamiento ya que, de un lado, sería necesario
que la actividad profesional se desarrollase a la perfección –cualidad
difícilmente compatible con la naturaleza humana– y, más aún, que tal
perfección fuera percibida como tal por el paciente ya que de lo
contrario, aún en la perfección de una actividad, el paciente, como
ciudadano amparado por el derecho a la tutela judicial efectiva a que
hace referencia el artículo 42 de nuestra Constitución Nacional, tiene
derecho a que, si padece un daño, se examine la causa del mismo y, por
tanto, a que se valore si existe o no responsabilidad en su causación.
No es una novedad que la medicina en los últimos años ha evolucionado de
modo prodigioso y que ello se encuentra conectado principalmente a los
avances tecnológicos. Pero, paradójicamente, con esta evolución, con la
ampliación de medios y avances científicos, se han ampliado las
responsabilidades del médico y el personal del servicio de salud en
general lo que ha exigido una constante revisión de los deberes de los
médicos.
Si a ello le sumamos el cambio experimentado por el paciente en su
relación con el médico, que ha pasado de ser un sujeto pasivo, sin
posibilidad práctica alguna de cuestionar la situación en la que se
encontraba, con la actual, donde al paciente se le otorga una verdadera
carta de derechos frente al ejercicio de la actividad médica, que se
engrandece hasta generar la idea de que el derecho principal del
paciente es el de su curación, se comprende fácilmente el incremento
desmedido de los reclamos por mala praxis médica que, además, suelen
tener un contenido económico o de resarcimiento que, al final, impregna
la verdadera intención del reclamante. Ello, sin tener en cuenta la
facilidad con la que hoy pueden acceder a la justicia con beneficio de
litigar sin gastos reclamando sumas muchas veces millonarias que no se
condicen con su alegado estado de pobreza.
Podría pensarse que lo anterior no es sino una mera apreciación de
índole sociológica y no tanto jurídica. Realmente esto es así, pues mi
intención era hacer notar cómo todo esto genera o se proyecta en la
denominada “medicina defensiva”, figura de origen norteamericano que, en
su vertiente más negativa, provoca enormes gastos a la medicina pública
y privada; dilata respecto del enfermo el diagnóstico y por tanto su
tratamiento; y limita al profesional en relación a técnicas novedosas,
complejas o arriesgadas de las que se tiende a huir, con lo que este
tipo de ejercicio acaba contraponiéndose a la medicina eficaz y corre el
riesgo incluso de ser generadora, en sus extremos y cuando menos desde
un punto de vista teórico, de responsabilidades.
En fin, para tratar de paliar esta litigiosidad desmesurada que nos
agobia en la actualidad hace falta una regulación normativa que consiga
situar la gestión de riesgos sanitarios al nivel suficiente para la
consecución de las más altas cotas de seguridad para los pacientes.
Lamentablemente en Argentina no existe una cultura de prevención de
riesgos en este aspecto. Es necesario entonces crear normas que regulen
la declaración obligatoria de los acontecimientos adversos (incidentes y
accidentes) en la prestación de cuidados, el análisis de los mismos, la
elaboración de indicadores que pongan de manifiesto los niveles de
riesgos no permitidos y otras prácticas que influyan de manera decidida
sobre la calidad de los servicios ofertados y, por tanto, incrementen la
seguridad de los pacientes. De esta manera, los centros de salud se
verán obligados a desarrollar programas de gestión de riesgos, y de
mejoras de la calidad para responder a las expectativas de seguridad que
exigen los pacientes.
Tampoco hay que olvidar el interés económico que deriva de la gestión de
riesgos y su contribución decidida a la racionalización del gasto. Ello
implica la puesta en marcha de herramientas que permitan la
identificación de acontecimientos adversos, la evaluación de los
procesos de decisión clínica y de los resultados finales en términos de
costo. La seguridad debe convertirse en el punto crítico de la gestión
de la atención al paciente. La única estrategia válida para conseguirla
es la implantación de un programa de prevención de riesgos que
identifique y maneje la incertidumbre y los riesgos reales y potenciales
que comprometen tanto la seguridad del paciente como la de los propios
profesionales de la salud.
Si bien no es este el objeto de este comentario, podemos decir
simplemente que una política de gestión de riesgos debe permitir a los
directores de las instituciones médicas definir ciertas prioridades para
garantizar la seguridad del funcionamiento del centro y poner en marcha
un programa de reducción y tratamiento de los riesgos detectados. Este
concepto de gestión de riesgos tomado desde un enfoque transversal en
las instituciones, adoptando una postura estratégica y no disciplinaria
ni punitiva, para favorecer la notificación de los errores y su
investigación posterior, aportará a los profesionales de la salud los
elementos necesarios para focalizar su accionar en pos de alcanzar el
máximo grado de seguridad para sus pacientes.
Aunque no exista una fórmula mágica e infalible para evitar la mala
praxis, se hace necesario aplicar todos los esfuerzos en el sentido de
crearse condiciones y mecanismos capaces de contribuir de forma efectiva
por lo menos en la disminución de esos malos resultados. La primera
providencia en este sentido es desarmar a las personas de un cierto
preconcepto de que el médico es responsable por todo resultado atípico e
indeseado en el ejercicio de la medicina.
Por todo ello resulta imprescindible, y es un compromiso de todos, desde
el lugar en que nos toque participar, instalar en nuestro medio esta
cultura que permita abordar sin complejos el problema de los errores
médicos, apuntando principalmente a la prevención de los mismos.
Lamentablemente, el deterioro de la relación médico-paciente se presenta
como el motivo más fuerte del aumento de acciones de responsabilidad
profesional. Frente a tal realidad la sociedad entera debe encontrar un
camino para invertir esta situación y hacer que esta relación vuelva a
ser la cualidad que colocó a la medicina en un lugar de respeto y
consideración.
APM N°10 – Marzo/Abril 2008.